13.2.11

Idish: una lengua prohibida jamás se olvida.

Hubo una generación que aprendió idish porque sus padres no querían que lo hiciéramos, para ellos, era una lengua apropiada para guardar secretos familiares y lo usaban como una especie de salvavidas en aquellas ocasiones en que los niños estaban presentes y, cuando surgía una conversación que les parecía inadecuada para los oídos infantiles...

Sha! decía uno de los padres. («¡Silencio!»)
Shpeter, veln raidn mir respondía el otro. («Después hablamos»).

Muchos padres preferían el idioma inglés pues, para ellos, era el camino lingüístico hacia el sueño americano. Era el idioma que se hablaba en los campus de las facultades, en selectos estudios jurídicos y en los consultorios médicos, un mundo al que ellos llegaban desde otra parte.

Así como Moisés vio la Tierra Prometida pero no pudo entrar a ella, la torre de marfil y las profesiones universitarias estaban cerradas para ellos. Mis padres habían abandonado sus estudios universitarios para traer comida a la mesa familiar, y estaban resueltos a que nosotros pudiéramos contar con las oportunidades que a ellos les fueron negadas.

“Años más tarde, cuando la oportunidad de tomar el té con Abba Eban, un político israelí que hablaba inglés con una dulce entonación oxfordiana le expresé mi agradecimiento en nombre de los incontables niños judíos que gracias a él habían logrado elevarse por encima de sus orígenes” (Párrafo de texto extraído en forma textual).

Cuando representó a Israel en las Naciones Unidas, nuestras madres se sentaban ante la televisión cautivadas por su habla elegante. «Deberían aprender a hablar como él, un inglés hermoso», nos recomendaba.

A pesar de las tentativas de mantener el idish dentro de sus límites, lo aprendimos. ¿Qué mejor incentivo para hacerlo que la posibilidad de descifrar jugosos escándalos? Es verdad que nunca aprendimos un idish literario. Nuestro vocabulario estaba repleto de reproches e invectivas. Para mí hasta hoy es más fácil terminar una oración con un signo de exclamación o de interrogación, como Mach nit kein narishkayt! («¡Paren con esas tonterías!») o «¿Far dos, zainen gegangen mir tsu Amerike»? («¿Para esto vinimos a América?»). Esta última expresión solía ser de nuestros abuelos, comentando la ingratitud de la generación más joven, un mal comportamiento, o una falta de ética.

Vivir entre dos idiomas es un denominador común en la experiencia de los inmigrantes, se trata de un proceso semejante al que tuvo lugar en familias del sur de la frontera, produciendo una variedad que muchos llaman «spanglish».

Así es el ciclo del lenguaje perdido, del lenguaje recuperado y del lenguaje reiventado.

Fuente: elcastellano.org – Edición digital 12/01/2010.

Luisem.-

Datan en el siglo IX el origen del idioma castellano.

Intentar ponerle fecha y lugar de nacimiento al idioma castellano ha sido uno de los mayores desafíos para los lingüistas; que hasta ahora, lo situaban como su origen en las Glosas Silenses o Emilianenses, textos escritos en los márgenes de obras redactadas en latín, y que se guardaron desde el siglo XI en que fueron escritas en los monasterios de Santo Domingo de Silos (silenses) y San Millán de la Cogolla (emilianenses). Pero un estudio del Instituto de la Lengua de Castilla y León dirigido por Gonzalo Santonja, adelanta las primeras palabras del español más de un siglo.

Santonja avanzó algunos de sus descubrimientos que señalan a los Cartularios de Valpuesta como la expresión escrita más antigua del castellano, que dataría del siglo IX. Aunque habitualmente se utiliza la denominación de cartulario para un documento escrito por dos o tres personas a lo largo del tiempo, en este caso se trata de un compendio de documentos. El director del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua (ILCYL) se ha mostrado «muy satisfecho» por el resultado del estudio, dada la dificultad de analizar este compendio de documentos que fueron agrupados por un clérigo del santuario de Valpuesta con todos los textos que iba encontrando, y que se guardaban desde dos siglos antes en el norte de la provincia de Burgos - España.

La complejidad del estudio estriba en que se trata de escritos realizados durante diferentes momentos, y por más de una treintena de personas, lo que ha hecho «muy difícil identificar la mano» que elaboró cada uno de estos textos y el momento en el que se fueron modificando. Santonja insistió en que no se trata del origen del español, sino del registro escrito más antiguo que se conoce hasta ahora «porque el español nació en la calle, no en un monasterio ni debajo de ninguna piedra» Aseguró.

Para este experto, los «localismos» que pretenden vincular el nacimiento del idioma a un monasterio concreto son «patochadas». «Las lenguas son del pueblo y es paradójico que haya quien diga que todas nacen en la calle y luego afirmen que el español nació en tal o cual monasterio», aseguró. Uno de los trabajos realizados por el Instituto, inaugurado hace nueve años pero con sólo dos de funcionamiento, está relacionado también con el surgimiento de las lenguas romances. Para Santonja resulta decisivo el descubrimiento de la importancia de las pizarras visigóticas, que permiten entender «la disolución del latín y la formación de las nuevas estructuras prerromances».

Aunque podría cambiar si se prueban las conclusiones de este reciente estudio dirigido por Gonzalo Santonja, hasta la actualidad se apuntaba a las glosas como el texto fundacional del castellano. Dichas glosas tenían una finalidad explicativa y buscaban aclarar el significado de algunos pasajes de textos latinos, como el Códice Aemilianensis, a través de los cuales los monjes pretendían acercar al pueblo llano la lengua que éste ya hablaba: el español. Las glosas emilianenses se guardaban en San Millán de la Cogolla, en La Rioja –España-, por entonces parte del Reino de Navarra, lo que las convirtió en excepcionales, ya que contenían apuntes en castellano, euskera y latín.

Fuente: elcastellano.org – Edición digital 28/12/2009.

Luisem.-